TRISTE CAMINO

Ayer, me entere de que un antiguo compañero, había sido despedido, desde antes del verano, es decir desde hace unos dos meses.

 

Lejos de alegrarme de algo así, porque algún día nos tocara a nosotros, si es verdad que esta noticia me hizo reflexionar.

 

Pensábamos que su arrogancia,  desprecio, y altanería, ya había sido suficientemente castigada, al tener que pasar al más oscuro ostracismo, y a la más absoluta mediocridad, para alguien que siempre se creyó, un “ser superior”.

 

El, que soñó con volar, por encima de los mediocres mortales, que no reconoció amigos, pero que sobre todo, no supo elegir a los enemigos, paso sus últimos años, aceptando lo que le daban, y viviendo unos años de regalo, con la única condición de no mostrar en demasía su presencia.

 

Y el, lo acepto.

 

Duro castigo la verdad.

 

Pero no, la vida aun es mas dura cuando castiga la arrogancia.

 

Y al final, más allá de un hecho natural, como puede ser un despido en un momento determinado, lo que de verdad es cruel, es que se fue, sin el más mínimo reconocimiento, en medio de la más absoluta de las indiferencias.

 

Alguien, que estuvo más de 20 años rodeado de gente, no tuvo amigos que le despidieran.

 

El que los trato como si no fueran nadie, se autoconvirtio a si mismo en Nadie.

 

Y eso, la verdad, hace que reflexiones, y lejos de alegrarte, hace que aprendas.

 

Al final, no todo vale, y en el delito, va el castigo.

 

Efectivamente, El, que quiso volar, acabo raseando, tan, tan abajo, que nadie le vio deslizarse hasta su desaparición.

 

Traiciono afectos, fidelidades y confianzas, pero no se dio cuenta, y al final, se traiciono a si mismo.

 

Murió, profesionalmente, solo y olvidado, en definitiva, igual que eligio vivir.

 

Que tenga buen viaje, pero lastima de años que desperdicio.

 

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